Llegué a la escuela con la guata hecha mierda. La incertidumbre me tenía tiritona. Soy nueva, nadie me cacha, y yo tampoco cacho a nadie. Caminar por esos pasillos desconocidos me hacía pensar, ¿qué van a pensar de mí?
Entré a la oficina de la directora, y la primera impresión fue lo que imaginaba, una mujer seria, media pesada. Estaba detrás de su escritorio, rodeada de papeles. Su tono de voz no era ni frío ni cálido, era solo… necesario. “Te llevaré a la sala de profes, vamos” dijo sin mirarme. Ni un brillo como jefa.
La sala de profes era un grupo disperso de miradas, algunas cabezas levantándose por un segundo para dedicarme una mirada fugaz antes de volver a sus cafés y sus papeles. Nadie parecía particularmente emocionad@ de que llegara una profe nueva a la escuela. Tod@s ahí tenían su mundo.
Me quedé parada, sola, en eso una mina joven, de nombre Laura, con una sonrisa cálida, me miró. No fue un gesto vacío como del resto, ni mirada indiferente. “¿Te querís sentar con nosotr@s?” me dijo, invitándome con un gesto hacia su mesa. Al menos, alguien me pescó en esta escuela. No era mucho, pero esa sonrisa me dio la sensación de que no estaba completamente sola en este nuevo lugar.
Desde ese día, Laura no me soltó. Me incluyó en ese grupo de «l@s profes jóvenes», como nos llamaban. Había algo en su mirada, en su actitud, que me hizo sentir confianza. No me trataba como bicho raro que acababa de llegar. No. Me habló con sinceridad, me fue guiando, mostrándome en quiénes podía confiar. Entre mate y tallas, se fue armando algo bacán.
Pasaron los meses y esa amistad con Laura se fue fortaleciendo. Me invitaba a sus «carretes». Yo me sentía parte de algo, de una especie de burbuja de gente genuina que trataba de evitar los enredos del colegio. Y ahí, en esos carretes, me empecé a poner picarona con el profe de matemáticas, ojitos oscuros y sonrisa coquetona, sin duda el más mino de toda la escuela. El weón era fome pa’ los chistes, pero igual me hacía reír.
Una noche, fuimos a bailar. Y ahí, entre la gente y las luces de la pista de baile, él me sacó a bailar. Empezó a sonar «Ella y Yo» de Don Omar y Aventura, y todo se volvió más intenso. Sobre todo, cuando toma mi cintura con confianza, mientras cantábamos a todo pulmón, riendo y dándonos la excusa perfecta para acercarnos más.
Cuando volví a la mesa, caché que Laura ya no estaba. L@s demás dijeron que se había ido de repente, sin explicar mucho, solo pidió el Uber y se fue. Yo, media curá y con mi ponceo, ni pesqué. La noche continuó, a esa altura, el profe de matemáticas y yo ya estábamos bajo la promesa no dicha de que esa noche, todo lo que pasara, quedaría entre nosotros.
El sábado amanecí con caña brígida. Y con el profe de matemáticas al lado, roncando como si nada. Con una mano sobre mi cintura el weoncito. Tomamos desayuno juntos, jugamos a la pareja feliz por un rato. Luego, se fue. Me dejó sola en el departamento, aún confundida.
Altiro agarré mi teléfono, para contarle a Laura lo que había pasado. Pero cuando entré a WhatsApp, no veía su foto de perfil. Estaba bloqueada. En Insta tenía una historia, una foto de ella fumando con la frase “¿Quién tiene cola fría para pegar mi corazón?”. La risa en mi estómago se apagó de golpe.
No, no puede ser. Ahí recién me pegué la cachada. Laura se había ido antes en la disco, y ahora sabía por qué. El profe de matemáticas no solo me gustaba a mí. Le gustaba a ella también, y la noche anterior le estaba quitando a su “galán”. Lo peor de todo era que ella nunca me lo había dicho.
¿Qué paso en la escuela?
El lunes, llegué a la escuela sin muchas ganas de nada. Lo único que quería era hablar con Laura, pero algo me decía que sería incómodo. Ella llegó justo cuando la campana sonó, y nos cruzamos en el pasillo. Ni siquiera hubo tiempo de intercambiar una palabra. Solo un saludo frío, como si nada hubiera pasado. Mientras l@s colegas, el grupito de profes jóvenes, agarrándome para el webeo por el “amorío” con el profe de matemáticas.
Después de clases, me acerqué a su sala. La puerta estaba entreabierta, y cuando entré, me miró, no cachaba si era pena o indiferencia.
– Laura, hay algo que necesito decirte. Lo que pasó con el colega… No sabía que a ti también te gustaba. Para mí, es un «pinche loco» nomás. Lo que realmente me importa, es nuestra amistad, no lo que pasó con él. – Dije, intentando mantener la calma.
Laura me miró, pero algo en sus ojos, algo en su silencio, me decía que me estaba preparando para algo que no quería escuchar.
– ¿De verdad no cachai?, nunca fue él. Nunca. – Me dijo con voz baja y suave.
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