Me levanto todas las mañanas a las 6:30 AM. Me afeito con cuidado, me ducho. Camisa planchada, corbata, y mi chaquetón grueso para el frío invierno. Como todos los días desde hace 45 años, me voy a la escuela. Aunque ya no hago clases, algo dentro de mí no me deja quedarme en casa. Lo único que espero es jubilarme pronto, para descansar con mi viejita. Menos mal ya me queda poco.
Llego a la escuela. Me paro en la puerta para dar la bienvenida, los chiquillos, en su locura, nunca se olvidan de saludarme. Los colegas van y vienen, no los conozco mucho. Hay harta rotación, pero siempre son muy amables. Respeto a las canas, dicen estos cabros jóvenes. Agradezco que se den el tiempo de bromear con un viejo como yo.
Saludo a apoderados que alguna vez fueron mis estudiantes. Me hacen recordar historias que yo ya tengo borradas. A veces se olvidan de que ya tengo mis años, pero que ellos me recuerden con cariño y anécdotas compartidas me hace sentir que ser profesor fue, sin duda, la mejor decisión de mi vida.
Cuando suena la campana, los profes apuran el paso con sus libros de clases. Los asistentes ayudan a encausar ese río de estudiantes que sólo quiere seguir jugando. Yo me voy tranquilo a la oficina que me asignó el nuevo director. Me pidieron que colaborara en inspectoría general. A esta edad no quiero muchas responsabilidades, pero valoran mi experiencia y creen que aún tengo algo que aportar.
Me preparo un cafecito, saco mi marraqueta con arrollado, prendo el computador y abro Pinterest, lo mejor que trajo el internet. Aprovecho de mirar ideas para la casa. Hoy vi unas jardineras fabulosas, y me estoy haciendo el ánimo para construir unas banquitas. Nos gusta tomar mate en el patio, escuchar “la nueva ola”, mirar nuestras plantas, y aunque tengamos nuestros años, seguimos soñando con un huerto. Ya lo tenemos bien pensado, un par de matitas de tomate, algo de ají y unas sopaipillas con ensalada. “Mmm, qué rico”. Ya se me hizo agua la boca. Le voy a decir a mi viejita que lo hagamos hoy, aprovechando el frío y la lluvia, le viene genial.
Así que hoy, suena la campana, marco en el reloj y me voy para la casa altiro.
Cuando miro mi vida, veo que he vivido, más de lo que me queda por vivir. A veces me da nostalgia, pero la mayoría de las veces me impulsa a vivir con más ganas. He tenido una vida feliz, una hermosa compañera, buenas hijas, una linda profesión. ¿Qué más puede pedir uno?
De pronto, alguien toca la puerta de mi oficina. Es el director. Yo pienso: “seguro me trae un cachito”, pero no, me dice:
—Don Ramón, hoy tendremos cambio de actividades. Vienen de la Provincial.
Yo, con un grito de alegría en el alma por poder irme más temprano a casa, le pongo cara de preocupación:
—¿Pasó algo? ¿Necesita que me quede?
—No es necesario, don Ramón. El inspector general después le cuenta.
Me da la mano, un abrazo con harto afecto. Me transmite una profunda admiración. Yo pienso: “¿Tan viejo estaré que se despiden cada día como si me fuera a morir?… shhh, qué se creen. Me queda cuerda para rato.”
Espero que cierre la puerta. Apago el computador rapidito, lavo mi taza, agarro mi bolsito. Salgo calladito, para que nadie me pida algo y tenga que quedarme unos minutos más.
Camino a casa. Gente me saluda: “Buenos días, profesor”. Me honra que me reconozcan, me saluden con cariño. Pienso: “Algo habré hecho bien”.
Llego. Se escuchan ruidos en la cocina. Entro sigilosamente, quiero darle una sorpresa a mi viejita. Veo a dos mujeres extrañas conversando. Pregunto
—¿Quiénes son ustedes?
Una de ellas me mira con preocupación.
—Papá… nos llamó el director. Fuiste de nuevo a la escuela. Jubilaste hace años, ¿recuerdas?
¿Me dijo “papá”? No entiendo qué pasa. Quiero ir a ver a mi viejita. Camino rápido al dormitorio, pero una de ellas me toma del brazo. Se lo quito con fuerza.
—¿Dónde está mi esposa? ¿Qué hicieron con ella?
Con lágrimas en los ojos, me responden:
—Papá… mamá se fue hace más de un año. Ella te espera en la escuelita del más allá.
Me explican que tengo Alzheimer, quién diablos sabrá qué es eso.
Pero yo lo único que no olvido, es que quiero volver a mi escuela, a llorar apoyado en mi pizarrón.
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